«Le quattro volte» de Michelangelo Frammartino

Le Quattro Volte es de esas extrañas obras que se atreven a imaginar al Ser como algo más que Humano e invita a confrontar que la ontología material de la vida en su finitud, a veces cruel otras fría pero siempre inminente, también encuentra su peculiar forma de belleza, de poesía o, si se me permite la contradicción, de inmortalidad. La consciencia humana nos pone en el centro del Universo y es rarísimo encontrar fuera de la filosofía obras del hacer y pernsamiento humano que nos invinten a meditar, o de lleno a imaginar, en lo que es o podría ser la vida en estados diferentes, llamese el animal o vegetal. Por consecuencia, también nos invita a tomarnos con calma el contemplar la posibilidad de existir en un estado no consciente de «yo», que en esta película se formula que dicha condición propia del estar muertos no implica «inerte» o «finito».

La primera parte de la película contempla los últimos días en la vida de un pastor de cabras quién vive en algún rincón rural italiano en donde la atmósfera pueblerina, calma y relativamente sencilla, mantiene el ritmo cardiaco en un ralenti de poca carga emotiva. La cámara nos deja ver y esuchar el ambiente del pastor al tiempo de escudriñar momentos intímos de su vida, ya sea cuando defeca en el campo, recolectando caracoles en una olla o tomando el polvo y suciedad del piso de la iglesia local disuelto en un vaso de agua antes de dormir. Esto último es lo más parecido a una relación metafísica como producto de la consciencia humana, la fe y creencia en algo más que lo material, que veremos a lo largo de la película, pues cuando el perro del pastor roba la atención de la cámara en un magistral plano secuencia que delata (entre otras cosas) la muerte de su dueño es que esa peculiar constumbre del pastor, al igual que todo lo que nunca supimos de él, a final de cuentas ya paso; ya no es, ya no será y no hay forma de proclamar otra cosa. Fin de la primera vuelta.

La segunda vuelta sigue a un cabrito recién parido por una de las cabras del finado pastor. Atestiguando el momento mismo de su nacimiento, después veremos que el cabrito hace de las suyas en sus primeros dias encerrado y vive la destartalada inocencia de un animal que en su juventud denuncia aún más lo poco que conoce – en términos humanos – del mundo que le toco vivir. Su vuelta no dura mucho: la película se ahorra la crueldad de mostrar el cuerpo pero no queda duda que el animal muere en una noche a la intemperie, al pie de un árbol. Árbol que pronto séra cortado y trasladado por la comunidad de la aldea para ser el protagónico en una celebración ritual que, con ello, el director nos involucra ya en la tercera ronda de lo étereo por la ontología de la vida. Sorprenderá, para quién siga la lógica del director, que en la cuarta vuelta el árbol, ya terminado su rol en la fiesta, es aserrado en pedazos de madera que, trás un proceso muy interesante y propio del Discovery Channel, será convertido en carbón.

Al final de cada vuelta hay un vago instinto de verdad: el sepulcro obscuro y tranquilo del viejo pastor sugieren cierta pasividad de lo no vivo, al tiempo que la escencia vital pasa a ser la de un animal – de esto Frammantino no requiere figuras simbólicas, la causalidad de la chispa divina se ha presumido o intuido desde siempre y así el espectador la intuiría en lo develado por la cámara- quién en su frío fin de alguna manera deja su rastro en un arból que términa convirtiendose en algo que rutinariamente pensamos como inorgánico o sin vida. Ya el pensamiento griego clásico decía que la naturaleza mineral también contiene un estado, sino de vida, de ser, y que la evolución del alma -el algo etéreo como aliento de la vida, que no el espíritu en el cual se comforma la consciencia del ego – transita entre lo humano, lo animal, lo vegetal y lo mineral; dependiendo de que filosofía esotérica se consulte, lo mineral puede ser el momento de evolución primero y más excelso, o viceversa.

Quizá parte de que ese «aliento vital» se recicle en diferentes estados de ser implique que al hecho factual de que nuestras moléculas, nuestra matería física, al transmutar de un estado a otro se le pegue algo de nuestra «escencia»: realmente no importa el hecho científico de que una molécula de hierro del cuerpo humano pasa a ser parte de una planta y debatir si tiene algo de espiritualidad, pues al final, algo de irremediablemente poético hay en el asunto. La película de Frammantino, bellamente fotografiada, y con el regalo de que no hay voz narradora salvedad de los sonidos de los eventos filmados, logra evocar un estado mental muy similar al de estar ahí, en el campo, oliendo mierda de cabra, escuchando el susurro de los árboles, saboreando polvo y sintiendo el frío que a veces es vivo y acogedor en contraste del frío silente al ras de la muerte. Hermosísima contemplación de lo que es y no es el estar vivo como ser humano, Le Quattro Volte califica sin mayor reparo como obra maestra.

Vista en filminlatino.

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