«The Fountain» no es cine…

…es una oportunidad de iluminación.

Recién leó la reseña/crítica de Roger Ebert sobre The Fountain en la cual no se aleja mucho de lo que se comentó en términos generales durante su estreno desde el año pasado: Urgent to Aronofsky: Remember that when Terry Zwigoff was sleeping with that gun under his pillow, he still had “Crumb,” “Ghost World” and “Bad Santa” ahead of him. Por su parte, el culto que ha surgido hacia la cinta parece tener una extraña fascinación por el debate y explicación en torno a la trama de si son tres protagonistas, uno solo imaginando a otros dos o puro alucine barato. Ambas posturas son una breve pero significativa viñeta de la jodidez cultural, artística y hasta espiritual de esta era que nos ha tocado vivir.

Sería mas fácil para aquellos que no le pillan nada a The Fountain que dejaran de intentar entenderla como una «película» y sencillamente dejarse llevar por la experiencia de esta como «obra», algo que parece que la «cultura» nos enseña más bien a ignorar con el hábito de la etiqueta y la categoría.


En su momento, yo no escribí gran cosa sobre la película, no en términos de trama, imagen o demás. Como pocas películas, The Fountain no fue una experiencia de cine en cuestión de semántica, trama, personajes o simbolismo: fue una experiencia realmente sobrecogedora, de esas que suben por la espina dorsal hasta la base de la nuca dejando una impresión que no desaparecera nunca.

Lo que Darren Aronofsky intenta hacer con The Fountain no es una pedante y pretenciosa cinta de ciencia ficción; es una búsqueda bastante personal y espiritual. Su película trata de comprender y reflexionar no tanto sobre el significado de la vida como sobre la vida misma, conviritiendo la trama en un gran artílugio que sirve para plantearse alguna hipótesis en forma cinemática que de otra manera solo la filosofía puediera abarcar de lleno. Hay dos antecedentes directos para lo que Aronofsky busca con su obra: la primeras y mas ovbias siendo 2001: Odisea del Espacio, de San Stanley Kubrick y Solaris, tanto de Tarkovsky como de Sodenberg; y la otra refiere al cine llamado «experimental» que realmente es del género esóterico: las peliculas de Jorodowsky (en particular La Montaña Sagrada), Keneth Anger (Inauguration of the Pleasure Dome) o Paul Wegener (Der Golem). Las cintas referidas de estos artistas son cintas o filmes en el estricto sentido del medio (son filmadas, pues), pero su composición no refiere a una narrativa de ficción o documental, son intentos reales de magia negra (Anger, quién fue discípulo de Crowley) o de magia blanca (Jorodowsky) que buscan literalmente generar una invocación o algún hechizo.

Así como en la Montaña Sagrada Jorodowsky juega el rol del maestro que busca iniciar al público de su cinta en un camino espiritual, Aronosfky en The Fountain plantea una viñeta que busca generar una vía poética mas allá de la conciencia vulgar o el sentido material del «yo soy». El «yo soy», o el «ego», siendo el mas vulgar de los cuerpos naturales del ser humano, tiene que diluirse en la frase más pertinente de Star Wars: «Luke, let go»: dejar que las cosas fluyan. Filosofía Zen. Ying Yang. Equilibrio. Fluir con la naturaleza y el gran relog del universo.

El desprendimiento, pues.

Solo desprendiendonos de lo que creemos son posesiones, incluyendo la creencia de que nunca deberíamos perder a nuestras personas amadas, es que iremos en camino de comprender la verdadera inmortalidad y sentido último (pero iniciático, que esto no tiene fin) de la espiritualidad. La vía de la luz.

Por supuesto, nada de esto es de esperarse en un arranque domingero de ir al cine a entretenerse. Al caso Solaris, que versaba mas sobre el amor de pareja, sufrió cierto desdén de los fans de «las navecitas espaciales y la aventura y la música de John Williams». The Fountain entra por los ojos y por los oídos con la hermosísima música de Mansell y Mogwai, pero no llega al cerebro propiamente: llega al chakra superior, al violeta.

Quién se identifique con lo que en esta ocasión escribo habrá entendido la película cuando la experimentó, y quizá sienta un poco de lástimera pena por críticos, cinéfilos y moviegoers que no son capaces de zafarse de las abstracciones habituales del «yo pienso (y por tanto es importatísimo) que la película es una…»

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