«The Maltese Falcon» de John Huston

No me considero un sabedor del género noir pues me parece debería presumir haber leído alguna vez algo de Dashiel Hammet o Mickey Spillane a lo menos. Solo he leído a Frank Miller con su Sin City – habitualmente reseñado como una destilería elíptica de esos autores (sumando a los comics de Carlos Sampayo y José Muñoz)- y he visto algún par de películas del género. En lo particular, son dos cintas noir las que me encantan, una es Chinatown de Polansky y la otra la que me ocupa en este momento, El Halcón Maltés.Más que hablar de la película y sus repercusiones como género, me propongo abordarlo desde las tres cosas que siempre me han fascinado de la película: Humphrey Bogart, el uso de cámara en ambientes cerrados y el sentido final de la historia.

Sobre Bogart cabe decir que fué, sin lugar a dudas, una personalidad irrepetible. Sus facciones duras (aderezada con una parálisis en el labio superior, que le dió cierto carácter en su modo de hablar) le hacen un fulano siempre interesante de ver en sea lo que sea que este interpretando. Con Sam Spade, figura mítica del detective privado que sobrevive a la perversidad siempre atándose a un peculiar código moral,  Bogart genera un ícono del cine: un fulano que siempre lleva la delantera, con recursos, imparable, confiado, que habla tan rápido como piensa presumiendo una perfecta dicción insidiosa y que, a pesar de todo ello, uno no puede dejar de picarse por como saldrá de cada embrollo en el qué se mete. Cuando cachetea a Peter Lorre le dice «You´ll take it and like it!«, siempre jugando con la fachada macho tipo western, pero que se nos muestra como una elaboración cuidadosamente planeada para sacar información, jugar con sus enemigos y ponerlos a parir huevos duros. Hay que recordar que Bogart es un actor, y que lo que Sam Spade logra es ficción, porque uno ya quisiera tener a manos esas frasesitas tan bien colocadas como él las expresa. Especialmente con las damas, de las cuales no cae en su juego ni por error, aunque explayare de esto mas abajo.

Por su parte, John Huston vino a debutar como guionista y director con esta cinta, y lo hace espléndidamente bien. Si bien el plot enmarca la historia en San Francisco y hay varias escenas callejeras y hasta un barco incendiándose, es en los interiores donde los personajes se explayan a gusto. La oficina y departamento de Spade son sauces del personaje, tan abigarrados como él. Notesé la escena cuando recibe una llamada telefónica a deshoras y la cámara enfoca al teléfono sonando para luego, la cámara quieta, ver la mano de Spade tomar el auricular y ahí escuchamos la conversación solo para que el rostro de Bogart entre a cámara cuando cuelga el teléfono y ver su reacción un segundo después. O la maña que usaría Sergio Leone de establecer que los personajes ven lo que vemos nosotros: cuando el villano, Gutman, busca a su secuáz Wilmer, es la mirada burlona de Bogart la que le señala la puerta a lo que la cámara confirma Wilmer escapó. Todo esto se ayuda de un excepcional diseño de producción, también muy inusual en mi experiencia con las películas de la época. En general, el diseño de espacios es tan vivo como los personajes que le ocupan, el vestuario es impecable, los props de las .45 son excelentes considerando el año de producción y, por supuesto, el Halcón Maltés mismo es ya un clásico.

Sobre el género noir entiendo un personaje de ambiguedad moral, usualmente un detective privado, que se mete en algún caso que es mas complejo de la apariencia inicial, usualmente el meollo del caso ocultando una nota escandalosa y poco predecible (incesto en Chinatown, hermanas gemelas y canibalísmo en Sin City). En el Halcón Maltés el asunto que comienza como la extraña muerte del socio de Spade (de quién se desayunaba, comía y cenaba a la esposa, ahora viuda, en un tono cínico y amoral) y de repente el asunto gira sobre una escultura de los Caballeros Templarios que vale millones y que saca urticaria avariciosa a todos cuantos escuchan sobre el halconcito.  En el centro, la dama en pelígro, Brigid O’Shaughnessy (interpretada por Mary Astor, en opinión de muchos críticos el único punto flaco de la película pero que a mi gusto cumple), que se sabe bella y por lo mismo fiada de mentir con las tonterías seductoras que las mujeres solo pueden decir. A cada una, Bogart saca la sonrisita conocedora del «tratas de mentirle a un mentiroso» y juega a gusto con la fulana.  Hay una tentativa de que, según, Spade se enamora de Brigid, o mas bien, se encula. Pero no por eso deja de leer cada maldita mentira insidiosa que hay tras su palabras.

Y es aquí el encanto de la película, aún a riesgo de sonar misógino: Spade finalmente entrega a la fulana a la policía al saberla la gatillera a mano fría de su socio. ¿Valdría la pena entregar a soberana escultura de mujer por ajusticiar a tu socio que ni bien te caía? – «When a man’s partner is killed, he’s supposed to do something about it. It doesn’t make any difference what you thought of him. He was your partner and you’re supposed to do something about it. And it happens we’re in the detective business. Well, when one of your organization gets killed, it’s bad business to let the killer get away with it, bad all around, bad for every detective everywhere«.  Y Mary Astor saca su mejor material, el clásico «You know whether you love me or not»  y Spade, en todo lo patético de un hombre enculado, logra escupir con estupenda frialdad : «Maybe I do. I’ll have some rotten nights after I’ve sent you over, but that’ll pass.»  Y si me amas, no te preocupes, después de 20 años estare aquí esperando a que salgas de la carcel.

Al final, la distinción entre Brigid y Spade es el conocimiento de causa: Brigid, tarde que temprano, lo traicionaría. Una vez que una mujer rompe el lazo de confianza que se pueda tener en ella, eso no se recupera. Por mucho que deseés a la fulana. La diferencia entre Spade y la mayoría de los hombres del mundo real es que él tiene los huevitos para decir «hasta aquí».

Una indiscutible obra maestra. Mención aparte a los excelsos carteles, que por mucho venden una película mas violenta de lo que realmente es: solo hay un anónimo disparo en cámara con el que abre la narrativa.

Bogart vendría después a interpretar un personaje harto similar pero de médula diferente en Casablanca, como Rick Blaine, ya consolidándose como el fulano duro que, siempre en favor de un bien moral superior, al final nunca se queda con la chica. Cuanto tenemos los adolescentes – que también lo soy – al buen Bogart.

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